Campañas electorales y Educación al balotaje

Antes de empezar advierto: si esperás que este posteo sea sobre propuestas concretas en Educación en su sentido más estricto, en términos de “¿Cómo transformar la Educación escolar? y coso” podés parar acá, salir del blog y seguir con otra cosa.

Viendo tanto “desierto” durante estos larguísimos, exaltados e interminables meses de campaña mi premisa hoy es otra. Me largo a garabatear un par de ideas sueltas sobre la relación entre campañas políticas y la Educación tomada en sentido bien amplio. Por supuesto y como siempre al momento de publicarlo no estaré del todo conforme con el resultado de la reflexión. Pero es mejor esto que nada y me ayuda a caminar…

Allá vamos…

La existencia de elecciones libres es una de las condiciones “sine qua non” para la calificación democrática de un régimen político.

Cuarenta años de Democracia ininterrumpida que se cumplen este año y la posibilidad de elegir por décima vez un presidente en las urnas, para la Historia argentina y para todos los argentinos debería ser un motivo gigantesco orgullo y alegría compartida, de un gran festejo colectivo. No parece ser tan así pero albergo cierto optimismo en que entendimos que es el único y mejor método. En concreto, el sistema de vida democrático y su liturgia es la única manera fiable de darnos un modelo y un mecanismo para avanzar como sociedad.

En este marco, las periódicas elecciones adquieren su legitimidad en un proceso de argumentación pública que les precede: las campañas electorales. Estas campañas por lo tanto representan la gran oportunidad para que los candidatos persuadan al electorado de que son la mejor opción para representarlos.

Y allí cuelo primera relación con la Educación. Las campañas políticas son “tiempo educativo” por excelencia. En efecto, las campañas tienen el objetivo de ser la herramienta para dar a conocer a la ciudadanía los programas de trabajo, posiciones ideológicas, propuestas y posturas de los candidatos de los que algunos resultarán electos en el abanico de posibilidades que se nos ofrece. Las campañas electorales son el mejor momento para aprender de Democracia. Las campañas corren fronteras en el debate, se informa, se enseña, se aprende con una posterior "evaluación": el momento en que metés tu preferencia en un sobre, tu voto, y ese voto en una urna.

Pero ¿qué estamos haciendo para educar al votante? Algunas de las críticas globales que se hacen a las campañas políticas es que carecen de contenido; generan expectativas que muchas veces no se cumplen y son utilizadas sólo para atacar a los contrincantes más que para proponer soluciones a los grandes desafíos que necesitamos resolver. No es una marca territorial nuestra eso de que “los candidatos no proponen nada”. No hay país que viva en Democracia y no se diga algo parecido.

Y en esta campaña tal como la quiero mirar hoy también sobraron ejemplos de acciones que educan…

Cuando apelamos al miedo para convencer al votante, educamos.

Cuando psicopateamos al votante, lo “apretamos”, lo presionamos para que diga a quien va a votar en vez de darle herramientas para que vote libre y mantenga en secreto su voto individual, educamos.

Cuando priorizamos como único eje válido para decidir el voto el “ganar/perder”, educamos.

Cuando utilizamos el calificativo negativo y despectivo contra otra idea o propuesta política diferente, educamos.

Cuando ponemos por delante la opción apocalíptica frente al futuro y armamos discursos binarios “Yo o el caos” o el “Todo o nada”, educamos.

Cuando anteponemos la idea de lo individual sobre lo colectivo, educamos.

Cuando la violencia simbólica es el principal vehículo de la propuesta, educamos.

Cuando mentimos para conseguir votos, educamos.

Cuando subestimamos al elector, educamos.

Cuando afirmamos alegremente y casi como un chiste de mal gusto, “Es parte de una campaña! No importa lo que digan 
-por los candidatos- si total después no lo van a hacer, porque no pueden, no saben, no quieren”, educamos.

Cuando un candidato u organización política que pierde hace una voltereta discursiva para justificar una nueva alianza con otro que podría ganar o ganó abandonando toda representación de aquellos que lo votaron, educamos.

Y sí es cierto que la forma en la que se dan a conocer las propuestas durante una campaña política está cambiando. Históricamente la televisión y el periodismo (nota: este último realmente diezmado en su calidad de periodismo) como medio de información más usado por la ciudadanía para estar enterado del proceso electoral hasta ayer, hoy contamos con otros canales más flexibles, más líquidos para lograr que los mensajes políticos circulen y lleguen a un número mayor de electores en más corto tiempo. Las redes sociales con su formato más basado en lo emocional y la imagen que en la racionalidad lineal, por ejemplo, se han convertido en espacios de “diálogo” entre candidatas, candidatos y el electorado, con prácticas que puede hasta llevarse en tiempo real y que representa una opción distinta de hacer política. Pero esa inmediatez, velocidad exige mayor responsabilidad, en la palabra, en el gesto, en la imagen. Y si en ese nuevo medio planteamos el “todo vale” también educamos.

Los que más saben sobre estas cosas aseguran que en sociedades polarizadas las campañas, generalmente promueven más polarización. La descalificación al rival hasta llegar al punto de la intolerancia tiene una acción residual (me pregunto ¿no deseado?) en el propio sistema democrático. Tener una sociedad polarizada trae secuelas: el autoritarismo. Si bien las campañas políticas tienen un período de vida corto y culminan con un ganador de la elección, las consecuencias sociales de éste tipo de contenidos permanecen por largo tiempo en la población: lo que se diga en campaña construye escenarios de gobierno futuros pero por sobre todo preconfiguran, algunas veces más imperceptiblemente que otras, sociedades que internalizan esas narrativas que se proponen en campaña. Y si la campaña 2023 fue todo lo que describimos más arriba no podemos esperar sociedades más democráticas, más empáticas, más solidarias. Seguramente ocurrirá todo lo contrario… Para eso habrá que cambiar... Y en esto hay algo importante, para mí para remarcar: la calidad individual y colectiva de los liderazgos, de los que hacemos política y de las organizaciones políticas son el predictor de esa calidad democrática que tenemos o que proyectamos. Con liderazgos violentos, políticos mediocres y vulgares y organizaciones adocenadas y maniatadas por esos liderazgos y políticos, sin dudas los “logros educativos en las evaluaciones de calidad" no mostrarán buenos resultados.

Pensemos fríamente en lo que fue hasta ahora toda esta campaña, todas las cosas que ocurrieron, quienes fueron sus voceros, qué dijeron, cómo se desdijeron, formas y contenidos… Pensemos cuál fue nuestra reacción. Creo que no podemos estar muy felices… No importa quien gane o quien pierda el 19 de noviembre…

Esta campaña debe servirnos para aprender todo lo que no hay que hacer y fundamentalmente debe servirnos para dejar de naturalizar que las campañas son un momento en que “todo vale”…

Como vivimos en Democracia tendremos una próxima oportunidad en la que deberemos mostrar que aprendimos algo y hacer mejor todo lo mal que hicimos en esta… (SPOILER: No se acaba acá)

No pidan después que la escuela “eduque”.

Lo que la política y sus formas rompe, la escuela no lo repara.

La escuela no debe ser un taller mecánico…

Comentarios

  1. Hola!! Valoro tu publicación. La volveré a leer. En principio cambiaría la palabra "educamos" por "manipulamos". Si es por campañas electorales, los argentinos seríamos los doctos del mundo. Cordiales saludos. Santiago

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