"¿Es posible imaginar una educación mejor y más fuerte que emerja de la pandemia?" La escuela, centro de un ecosistema educativo mayor.

Termina un 2020 atípico y áspero en todo sentido. Nos resulta difícil encontrar cosas buenas de este duro año. Para colmo, todavía no hay claridad en el horizonte. La luz al final del túnel está bien lejos. Pero siempre, aún en años como éstos, hay elementos interesantes para rescatar. Y aunque algunos (me incluyo en algunos momentos por mi perfil pesimista) sólo muestren lo malo, en Educación también las hay.
La pandemia de la COVID-19 ha resultado en al menos una cosa positiva, entre varias otras: ante la pérdida de la presencialidad escolar (nos quedamos sin el espacio, se nos desdibujó el tiempo), se apreció de manera precisa, la importancia de la escuela pública. A medida que los padres lucharon por trabajar con sus hijos en casa, hubo un primer reconocimiento público del papel esencial de cuidado que desempeña la escuela en la sociedad y como a partir de la pandemia se ha acrecentando. A medida que chicos y jóvenes lucharon por aprender desde sus hogares, ha aumentado la gratitud de los padres a los maestros, sus habilidades y su papel invaluable en el bienestar de los estudiantes. A medida que las comunidades lucharon por cuidar de sus niños y jóvenes vulnerables, los responsables de la toma de decisiones tuvieron, tienen y tendrán que seguir ideando nuevos mecanismos para brindar servicios esenciales desde alimentos hasta educación y atención médica.
Pero también es imprescindible mirar más allá de estas preocupaciones inmediatas, poner el objetivo en lo que puede ser posible para la educación en una época de pospandemia. Es difícil imaginar que habrá otro momento en la historia en que el papel central de la educación en la prosperidad y estabilidad económica, social y política de las naciones sea tan obvio y bien entendido por la población en general. Ahora es el momento de trazar una visión de cómo la educación puede emerger más fuerte que nunca de esta crisis global y proponer un camino para capitalizar los nuevos apoyos en prácticamente todas las comunidades del mundo.
Es hora de iniciar un diálogo sobre lo que se podría lograr en el mediano y largo plazo si los líderes de todo el mundo toman en serio la demanda pública de escuelas seguras y de calidad para sus hijos. En nuestro caso particular y local, abandonar el “masomenismo” que nos caracteriza hace décadas. Dejar de considerar "normal" lo que sucedía con nuestra escuela pública en pre pandemia.
Para ello, un camino que deberíamos construir entre todos: una escuela pública sólida, centro de una comunidad que aproveche las asociaciones más efectivas, incluidas las que han surgido durante la COVID-19, para ayudar a los estudiantes a crecer y desarrollar una amplia gama de competencias y habilidades, dentro y fuera de la escuela. Una escuela de este tipo acumularía apoyos, incluida la tecnología, que permitirían a los aliados en la comunidad, desde los padres hasta los empleadores, reforzar, complementar y dar vida a las experiencias de aprendizaje dentro y fuera del aula. Reconocería y se adaptaría al aprendizaje que tiene lugar más allá de sus muros, evaluando regularmente las habilidades de los estudiantes y adaptando las oportunidades de aprendizaje para satisfacer a los estudiantes en su nivel de habilidad. Estos nuevos aliados en el aprendizaje de los niños complementarían y apoyarían a los maestros y podrían apoyar el desarrollo físico y mental saludable de los niños. Literalmente, es "la escuela en el centro de la comunidad" la que impulsa el aprendizaje y el desarrollo de los estudiantes creando y utilizando todos los caminos posibles.
Si bien todo esto tiene mucho de aspiracional en Argentina, de ninguna manera es idea impráctica. "La escuela en el centro de un ecosistema comunitario de aprendizaje y apoyo" es una idea cuyo momento ha llegado, y algunas de las prácticas emergentes en medio de la COVID-19, como el empoderamiento de los mismos padres apoyando y exigiendo una educación para sus hijos, deben mantenerse cuando la pandemia disminuya.
La pregunta central: "¿Es posible imaginar una educación mejor y más fuerte que emerja de la pandemia?". Sin dudas. Que tan ajustados estemos en las respuestas que nos demos colectivamente a esa pregunta nos dará la posibilidad de conseguir sortear este nuevo desafío. Cuanto menos pongamos energías en ello, menos lo lograremos. Sin mezquindades, que las hay, ahora es el momento de concertar y dejar fuera de toda disputa sectorial el presente y el futuro de las actuales generaciones de niños y jóvenes...
Entre nosotros, lo adelanté, soy poco optimista... Igual sigo creyendo y apostando a que se entienda... Gestión y recursos.

Comentarios

  1. Creo que lo primero es "dignificar" al docente, que no parece ser tarea de políticos. No se resuelve a corto plazo y con ánimo exitista la reivindicación de una clase profesional sobreadaptada a medidas que un ministerio adopta de forma inconsulta o que sigue el rumbo de ideología sesgada de un gremialismo con pobres cabezas. ajeno a un proyecto educativo plural y democrático. Hay que sustantivar la formación docente en institutos académicos de excelencia, prepararlo para el diseño creativo de su práctica didáctica, y en relación con los contextos en que efectivamente se va a actuar. Comprometerlo a participar en un espacio cooperativo y solidario de trabajo, además de ofrecerle de sueldo justo, obra social de calidad y tiempo de recreación suficiente. Y no estimular únicamente a convertir la escuela en un depósito "inclusivo" de chicos y de grandes que se debaten entre el aburrimiento, la insatisfacción y la resignación obligatorios. Sobre todo, se necesitan nuevos Sarmientos que lideren procesos, que tengan ideas, que muestren voluntad de trabajo. Todo está en falta. Y no aparecen las ganas de modificar nada. No se trata de optimismo o pesimismo profesional. Se trata de ver la verdad de la situación y decidirse a empezar de una vez por todas.

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