Elogio del vínculo

En el año 1984 Benjamín S. Bloom publicó un artículo no muy recordado titulado “El problema de 2 Sigma: la búsqueda de métodos de instrucción grupal tan efectivos como la tutoría individual”. Su investigación sostenía que los estudiantes que recibían educación individual y personalizada obtenían mejores resultados que aquellos que lo hacían en las clases grupales convencionales.
Más allá de las intenciones que haya perseguido el creador de la taxonomía que lleva su nombre, su publicación sentó las bases teóricas que impulsaron las velas de la tecnología educativa, y con ella la maximización de las ganancias de quienes invierten fortunas en EdTech. Desde Bloom hasta nuestros días la educación personalizada a la medida del usuario constituye el santo grial de los desarrolladores de software educativo.
Cuando el psicólogo y pedagogo estadounidense divulgó sus estudios apenas germinaba lo que hoy conocemos como la cuarta revolución industrial, esta contemporaneidad digital nuestra en la que todo se nos ofrece a un clic de distancia. Con la digitalización del mundo, la información y el conocimiento se transformaron en una jugosa mercancía, al punto tal que las grandes empresas de tecnología y sectores del capital financiero que buscaban donde polinizarse, encontraron un fecundo estigma para ello. Quitando el velo de desprecio con el que la miraban, descubrieron los ojos prolíficos de la educación y se enamoraron con locura, al menos hasta hoy.
Son estas empresas y sociedades, a través de ONGs y fundaciones de distintos colores, las que organizan alrededor del mundo coloquios, congresos, foros y encuentros para discutir distintos tópicos sobre educación. En ellos exponen sus ideas emprendedores multimillonarios, políticos de distinto signo, economistas, tecnócratas, célebres personalidades y también suelen brillar por su ausencia, para sorpresa de nadie, los profesores.
Las conclusiones de esos mitines llegan a helar un poco la sangre a quien las lee. La décima edición la Cumbre mundial para la innovación en educación motorizada por Qatar Foundation, por citar un ejemplo, comenzó sus sesiones de debate en 2019 con la siguiente pregunta: “¿La inteligencia artificial hará obsoletos a los profesores?”. Años anteriores las conclusiones de otra de estas cumbres aventuraban que “Las escuelas se transformarán en redes”.

¿El fin de la escuela?

Huelga decir que para poder transitar por esas redes en las que devendría la educación escolar, necesitamos los andamiajes virtuales que proveen, casualmente, empresas como Udemy, Andela, DonorsChoose, Kramer, Coursera, todas ellas asociadas al aprendizaje personalizado, colaborativo, la programación educativa y hasta la compra y venta de clases. Con similar impronta en Argentina destacan nombres como Acámica, Ticmas, Competir, Digital House, Aulica, Blended, o Colegium.
Sí hasta hace no tanto la escuela reservaba para sí el monopolio del conocimiento, entre los fantasmas que en las últimas décadas se han agitado atacando esa exclusividad sobre el saber, ha surgido un monstruo grande y que pisa muy fuerte. Un titán que crece año a año y que encuentra en la escuela (y sobre todo en la escuela pública) un competidor viejo, de movimientos lentos y a veces torpes; pero que en circunstancias como las actuales, cuando arrecian las desigualdades, continúa haciendo posible la epopeya moderna de la educación para todos, tal como propuso Comenio en el siglo XVII.

Cuando el encanto se rompe

Hasta la explosión de la pandemia de coronavirus era relativamente sencillo para los gurús y fundamentalistas de la EdTech explicar que el desarrollo acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación terminaría imponiendo su lógica y transformando las relaciones escolares tal como las conocemos. Según ellos, el desafío para los docentes consistía en no perdernos el tren del futuro y subirnos antes de quedar varados en las vías de la historia.
Pero el COVID-19 se propagó superando las fronteras y las circunstancias obligaron a estas utopías a pasar sus previsiones por el tamiz de la realidad.
Ante la nueva situación mundial millones de docentes en el mundo nos hemos visto forzados a transformar nuestras clases a través de la virtualidad; y si bien no podemos aún evaluar resultados, sí estamos en condiciones de afirmar que el proceso está lejos de ser la quimera optimista que nos venían proponiendo.
Muy por el contrario, en el aire va dibujándose una especie de certeza pedagógica: al día de hoy no existe aplicación, programa o entorno novedoso que pueda sustituir la magia del encuentro de alumnos y docentes en un espacio físico común (esto sin mencionar los miles de chicos que quedan descolgados en virtud de nuestra última desigualdad, aquella que se erige sobre el acceso, usos y apropiaciones de los entornos digitales).
El valor de una mirada, una sugerencia a tiempo, una pregunta, una broma, reorganizar los agrupamientos o sorprender a los estudiantes con algo inesperado se nos presentan hoy como agua en el desierto, elementos vitales para desarrollar la enseñanza y potenciar los aprendizajes. Por no señalar una parte importante de nuestro currículum oculto: los consuelos, abrazos, consejos y otras formas de ser, estar y erigirnos, por momentos, como un pilar en la vida de los chicos.
Muchos docentes (al menos aquellos que no concebimos la profesión como un mero delívery de contenidos) nos percibimos mutilados trabajando de buenas a primeras en nuestros hogares como profes a distancia. Algo similar les ocurre a nuestros alumnos y sus familias, quienes nos lo recuerdan cada vez que pueden.
Esto que pretendemos poner en discusión no significa entablar una batalla sin sentido frente a los nuevos entornos de aprendizaje y mucho menos posicionarnos contra el uso de las nuevas tecnologías en las aulas. La escuela necesita de lo digital e incluso la tecnología va instituyéndose como una gran aliada en nuestras clases, como han demostrado las investigaciones sobre el impacto positivo del programa Conectar Igualdad en los aprendizajes escolares, así como la implementación de programas similares en el resto del mundo.
Pero siempre es bueno acudir a los libros de la buena memoria para recordar que no está en las posibilidades de la iniciativa privada la realización universal de ningún derecho humano, incluida la educación. Y también que la escuela es un espacio de sentido, de interacción y construcción de subjetividades. Y no menos importante, recordar asimismo que la educación es una relación social entre sujetos que se encuentran y que, al menos hasta hoy, no existe aplicación ni pantalla capaces de reemplazar el calor de un corazón que enseña.


Nota: el presente texto fue extraído del excelente blog "LAS BUENAS PREGUNTAS" de Martín Pedersen, MAESTRO de ESCUELA.

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